Por: María Hernández
Con
todo lo que ha pasado, en estos días luego de la muerte trágica a manos de
policías del ciudadano de origen negro, George Floyd, en los Estados Unidos y que
ha estremecido al mundo, pienso que todavía quedan vestigios de racismo en el
mundo, aunque muchos lo dejamos pasar por alto.
La información la publican El Nuevo Diario y Vanguardia del Pueblo, en su formato digital.
“Racismo
en Alta Mar”, Quizás parecería el título de una película, pero es una
realidad palpada hace unos meses en un viaje de estudios que realicé desde Oslo,
Noruega en barco y luego en autobús hasta Berlín, en Alemania.
En
todo el trayecto del viaje por mar desde el Puerto de Oslo a Berlín, la soledad
y el desamparo se adueñaron de mi mente al observar el sombrío escenario en que
me encontraba acompañada de decenas de personas blancas, con ojos verdes o
azules y pelo rojizo o dorado y yo con rasgos latinos y pelo riso.
La
barrera del idioma hacía más difícil el escenario. Por suerte podía comunicarme
con los encargados de los stands de comidas, donde lo que más recuerdo es que
una botella de refresco de las más pequeñas me costó 10 euros, definitivamente
caro.
Llegaba
a mi mente, en esa ocasión, el buen trato que damos los dominicanos a los
turistas, independientemente del color de su piel o del país de donde provengan.
Aislada
y asustada me sentía en el barco ante la mirada fija de aquellas personas que
no sonreían y a las que no podía sonreír, la mayoría de origen polaco y alemán
que se dirigían al igual que yo a Berlín y que no parecían a gusto con mi
presencia en el lugar. Así lo percibía.
La
diferencia la hizo un ciudadano de Serbia, de ojos castaños y color cobrizo que
no sabía hablar mi idioma, pero que hacía hasta lo imposible por entender lo
que decía en mi machacado inglés. Se sentó conmigo en la mesa y me acompañó a
almorzar. Fue como un ángel que llegó a hacerme compañía en tan triste momento
en el que parecía estar sola en el mundo.
Estaba
tan contrariada que no quise subir a la parte superior del barco, por temor a
ser empujada por alguien a las azules aguas del mar de Oslo.
Luego en Berlín, sentí el rechazo de una ciudadana alemana que sin miramientos me sacó de una
fila que hacíamos para comprar un café con leche, intentándome decir, en su
idioma, que ella iba delante, pero no era así y aunque no la entendía, por sus
ademanes y por la forma enojada que mostraba decidí dejarle el lugar. Qué pocos
modales mostró esa berlinesa, pero por ella no puedo juzgarlos a todos. También
encontré personas agradables en esa hermosa e histórica ciudad.
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