Cosa extraña, pero la guerra de Corea que duró de 1950 a 1953,
tuvo sus repercusiones en mi lugar. Las Gordas, era y es el horroroso nombre
que los antepasados le pusieron a ese punto del planeta en que yo vine al
mundo, a la lucha y al amor. En esos tiempos aquella era una atrasada comarca,
sin luz eléctrica, ni carretera. Desaparecía del mapa cuando llegaba la noche.
Comunicada por tierra a través de unos caminos pantanosos, a lomo de bueyes y
principalmente de caballos que parecían amaestrados para vadear aquellos
lodazales. La otra vía, era el río Boba que entonces tenía agua suficiente para
el tránsito en yolas y cayucos. Apenas había llegado el radio, de esos que
funcionaban con pilas secas que, por regla general, debían cambiarse cada seis
meses.
El artículo lo publica Noticias SIN y lo resalta TeimpoNotiRD.
No recuerdo haber oído hablar
de aquella guerra y me parece que las primeras noticias las tuve cuando se supo
que cuatro jóvenes del lugar, habían recibido respuesta afirmativa a un
telegrama enviado por ellos seis meses antes al dictador, ofreciéndose como
voluntarios. Para los que piensen en escribir la historia del lugar, aquí van
los nombres respectivos. Miguel Florencio Javier –Flor-,
Santana García Ventura, Víctor Damián –Niningo–
y Rafael Bencosme –Fellito-. Se iban
para la guerra y la gente hablaba de esto con un dejo de misterio. Horas
santas, responsos, promesas se ofrecieron por aquellos muchachos que la gente
vio crecer y que ahora emprendían un viaje probablemtente sin retorno. A todos
les volvió el alma a su lugar cuando un mediodía de julio o agosto de 1953, se
les vio regresar inesperadamente, vestidos de caki, recortados al estilo
militar. Se firmó el armisticio, dijeron, y aunque no se entendía bien lo
que era un armisticio, se percibía que ya no se iba a seguir peleando y que
aquellos cuatro jóvenes audaces y valientes, estaban de regreso sanos y salvo.
La incertidumbre y el temor se convirtieron en fiesta y no vaya usted a saber
las horas de buen humor que se vivieron por años, escuchando las anécdotas de
esos hombres sobre su estadía en condición de soldado en la base naval de San
Sousí, esperando la orden de partir a un lejano campo de batalla. Especialmente
las contadas por Santana y por Fellito,
que tenían una gracia especial para el relato.
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